Barrimos, trapeamos, sacudimos.
Luego, una película.
¿Qué tal El ladrón de orquídeas?
La rentamos.
Compramos palomitas,
Sprite para ti,
Coca Cola para mi.
Regresamos a tu casa.
Pones la película.
Nos sentamos en el sofá.
Silencio.
Cruzas la piernas.
Me cuesta trabajo leer los subtítulos,
me dejé los lentes en casa.
Más silencio.
Un sobresalto,
risas
y la muerte de alguien que no debía morir,
en la película, por supuesto.
Jugamos un poco con las manos hasta que estas se entrelazan.
Silencio.
Caricias delicadas sobre la piel van y vienen.
Empiezan los créditos,
¿ya terminó?
Sostenemos una breve plática
mientras observo como te maquillas.
Impecable.
De vuelta al sofá
un par de caricias furtivas nos alcanzan.
"Escríbeme algo", me dices.
Busqué papel y lápiz.
"Escríbeme algo sobre la piel".
Sorpresa,
menuda sorpresa.
Me invade una risa nerviosa.
Inocentemente
preparaste una plumilla y tinta china.
Primer intento: horrible.
Segundo intento: espantoso.
La tinta se corre,
te mancha.
Cambio de estrategia:
usemos un bolígrafo.
Así resultó más fácil.
Empezé enlazando ideas en la mente,
luego palabras,
luego poemas.
Lo hice a través de tus brazos,
de tus hombros,
de tu cuello,
de tus pies.
Los versos se sucedieron uno tras otro.
Quedaste satisfecha.
Tomamos fotos de tu cuerpo,
performance vivo de poesía.
Te acaricié,
¿lo notaste?
Silencio.
Las miradas van y vienen,
iban y venían.
¿Jugamos al cíclope
o a los amorosos que callan?
¿Qué tal a las dos cosas?
En silencio nos besamos.
Una, dos, cinco veces y mil más.
Sonrisas.
"Ya es hora de irnos" dijiste,
y nos fuimos.
Paseamos por las calles tomados de la mano.
En una esquina oscura nos besamos.
Si,
también en silencio.
Ya casi eran las 10,
hora de agarrar cada quien su camino.
Nos miramos a los ojos.
"Nos veremos pronto", decimos.
Un último beso,
uno más fugaz.
Te das la vuelta y caminas.
No me fui hasta que te perdí de vista.
Crucé la calle,
tomé el transporte.
En silencio sonrío,
estoy dejando de callar que te amo.
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